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Política exterior de Trump
Con Panamá, la diplomacia de Rubio ya ha logrado los objetivos buscados con la presión.
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Han pasado solo unos pocos meses desde la inauguración del gobierno Trump, pero han sido unos meses muy intensos, particularmente en política exterior. Trump ha entendido correctamente que, en este mundo peligroso, los EE. UU. deben fortalecer su poderío económico y militar. Pero parece no apreciar suficientemente que una de las principales fortalezas de los EE. UU. son sus aliados. Contar con Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur, en Asia, y con la Otán, en Europa, son activos muy relevantes en este nuevo mundo. Tiene toda la razón en exigir a sus aliados un aumento importante en el gasto militar, algo que por cierto está logrando aceleradamente, ya el secretario general de la Otán está proponiendo aumentar progresivamente el gasto militar a 5% del PIB. El agresivo trato con países aliados y amigos ha reforzado la imagen del “estadounidense feo” imperialista y dañado la imagen internacional de los EE. UU., afectando su “poder blando”. Por otro lado, parece que los asesores de Trump han logrado bajar el tono en los casos de los insultos innecesarios a Canadá y la compra “obligada” de Groenlandia. Con Panamá, la diplomacia de Rubio ya ha logrado los objetivos buscados con la presión.
Con Panamá, la diplomacia de Rubio ya ha logrado los objetivos buscados con la presión.
En el Oriente Medio se han obtenido éxitos relevantes. Irán se ha debilitado considerablemente, por la caída de Asad en Siria, la derrota de Hezbolá en el Líbano, la cuasi destrucción de Hamás y el agotamiento de los hutíes en Yemen. Todo esto ha favorecido el avance de las negociaciones con EE. UU. sobre el programa nuclear iraní. En cuanto a la paz en Ucrania, ha habido un mejoramiento de las relaciones con Zelenski y se logró que Putin acepte negociar directamente con Ucrania.
En América Latina, el proteccionismo comercial y el debilitamiento del poder blando están favoreciendo la penetración de los intereses chinos y el crecimiento del llamado “No Alineamiento Activo”. China ya es el principal socio comercial de América del Sur. Por otro lado, en el Caribe, el llamado Mediterráneo americano, con el retorno de la geopolítica y del pensamiento de Alfred Mahan y Nicolas Spykman, el tema de la seguridad nacional, en combinación con la preocupación por la inmigración masiva y el narcotráfico, han puesto de nuevo a la región entre las prioridades de la política exterior de EE. UU.
Desde la crisis de los cohetes en Cuba de octubre 1962, el apoyo a la Contra en Nicaragua de Reagan y la intervención en Panamá de 1989, el Caribe no había tenido la relevancia actual. Favorecida, por cierto, por un secretario de Estado como Rubio, que, al tener el apoyo del influyente “grupo Florida” y además el cargo de asesor de Seguridad Nacional, podría convertirse en el secretario de Estado más poderoso desde Henry Kissinger, que también ejerció los dos cargos a la vez. Académicos e intelectuales muy prestigiosos, como Walter Russell Mead, Stephen Rosen y Hal Brands, hablan de un resurgimiento de la doctrina Monroe, pero reducida al Mediterráneo americano.
Me recuerda la llamada “No Second Cuba Policy”, que tuvo su auge en la Guerra Fría y que tenía como objetivo impedir el surgimiento de “una segunda Cuba” en el Caribe. No olvidemos la frase del presidente Johnson en los días de la intervención en República Dominicana de 1965: What we can do in Vietnam if we can’t clean up the Dominican Republic. El problema para EE. UU. es que ahora ya hay tres “Cubas” en el Caribe: Cuba, Nicaragua y Venezuela, que están alineadas con lo que The Economist llama el “cuarteto del caos”: Rusia, Irán, Corea del Norte y China. Serán “interesantes” (en el sentido de la maldición china) los años que vienen en la región. Finalmente, mucho dependerá de las consecuencias económicas, tanto en los EE. UU., como en el mundo, de la agresiva política proteccionista.