Igualdad: si tan solo existieras…

Igualdad: si tan solo existieras…

A pesar de los avances alcanzados en los últimos años, ser mujer en Guatemala no es fácil.
22/03/2023 00:01
Fuente: Prensa Libre 

La igualdad de género significa que hombres y mujeres tienen acceso a los mismos derechos y oportunidades en todos los sectores de la sociedad. Ha sido reconocida como un derecho humano y como un compromiso global para alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.

A pesar de los avances alcanzados en los últimos años, ser mujer en Guatemala no es fácil. Millones de niñas, adolescentes y adultas se siguen quedando atrás. Si bien la mujer indígena en situación de pobreza económica sigue siendo la más vulnerable y vulnerada, el día menos pensado, seamos blancas o morenas, con dinero o sin dinero, con estudios o sin ellos, con “poder” o sin poder, las mujeres nos vemos excluidas, maltratadas y hasta violentadas.

A la fecha, Guatemala es el segundo país con mayor desigualdad de género en América Latina y uno de los países con el mayor número de femicidios por año en el mundo. Las mujeres y las niñas tenemos menos oportunidades de desarrollo y más probabilidades de ser víctimas de violencia, desde las más evidentes, como la física y la sexual, hasta las menos notorias, como la psicológica o la económica.

A Teresa, por ejemplo, quien jamás fue a la escuela, no le quedó más opción que trabajar como empleada doméstica, pues fue a su hermano a quien se le dio la oportunidad de estudiar. Lo mismo le ocurrió a Carla, cuando los recursos no fueron suficientes para que ella y su hermano fueran a la Universidad. Para Juana la situación fue más compleja, pues los días en que la cosecha no era suficiente, ella sería la elegida para recibir la ración más pequeña, como si su frágil y desnutrido cuerpo no sintiera tanta hambre.

Para Lucía la exclusión ha sido distinta. Ella trabaja en una tienda de conveniencia, realizando las mismas labores que su colega Julio, quien gana un 20% más que ella. Cecilia, en cambio, apenas nota la inequidad en la que vive. Educada para ser “una mujer fuerte y completa”, se le pide contribuir económicamente al hogar, sin desatender a sus hijas. Ella está de pie de 5 a. m. a 12 p. m., trabajando en márquetin, preparando las comidas del día, arreglando la casa y haciendo tareas, sin recibir apoyo de su pareja ni en las labores del hogar ni en la crianza de las hijas de ambos.

Por último esta María, mujer guapa, educada y culta que hoy es tachada en los juzgados de “inestable, explosiva e irreverente” por haber tenido la osadía de defenderse, en vez de sentarse a llorar su pena. La tachan de loca por haberse atrevido a llamar al abuso por su nombre, en un sistema en donde olvidamos que la rabia y el dolor son la respuesta natural y coherente de todo ser humano ante el maltrato, la exclusión y el irrespeto.

De una u otra forma, la historia de estas mujeres es la de todas: abuelas, madres, hijas, parejas, hermanas, suegras, amigas, maestras, consejeras y líderes que hoy por fin podemos elegir si repetimos o rompemos el círculo de la desigualdad.

Me anima notar que día con día surgen nuevas maneras de ser, proceder y formar a las nuevas generaciones para alcanzar la anhelada igualdad. Para que hombres y mujeres aprendamos a reconocernos, apoyarnos y complementarnos. Para que nuestra condición humana sea dignificada y abrazada por igual. Para nacer, comer, crecer con amor y avanzar juntos cocreando las condiciones propicias para el bienestar de ambos géneros.

A través de nuestros actos —sean grandes o pequeños—, cada una, cada uno, elige si sumarse o no para que, en un futuro cercano, todos los niños y las niñas tengan igualdad de oportunidades y de trato por el simple hecho de ser hijos e hijas de Dios.